ItacaX

domingo, enero 15, 2006

Buenos guachos


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No voy a decirles que soy una experta, de hecho ya adeudo una bailada en una mesa del Liguria de Manuel Montt. Plancha, sobretodo porque las mesas son chicas y con unos vinos encima seguro me caigo.

Pero en fin. Me voy a tirar a la piscina este domingo de elecciones. Yo creo que va a ganar Michelle (son las 13:20 horas y no hay asomo de resultado) no sólo porque es más simpática sino porque es un buen constructo de lo chileno. Y como dice el dicho: si es chileno es güeno.

No digo con eso que el dicho sea verídico (en realidad, se me desarmó entera una sandalia que se vendía con ese slogan) sino que pienso en lo que piensan los chilenos.

A ver, imaginemos.

Un país-Bachelet le trae a Miguel Bosé. Un país-Piñera le trae un lamentable Negro Piñera.

Un país-Bachelet tendría una madre amorosa. Un país-Piñera un padre vengativo y en consecuencia, como buen padre chileno-belicoso, ausente.

Un país-Bachelet tendría pocas palabras. Una intuye (espera-desepera) que con eso, más actos. Un país-Piñera se volvería tartamudo. Nos tendría a todos con terapia PNL.

Un país-Bachelet sería más de lo mismo. Un país-Piñera sería siempre má$, má$, má$, má$.

Un país-Bachelet se emocionaría cuando habla. Un país-Piñera hablaría de sus emociones.

Un país-Bachelet constituye una esperanza. Un país-Piñera da miedo.

Un país-Bachelet sería humano y derecho. Un país-Piñera se tomaría una pastilla para pasar la jaqueca de los humanos derechos.

Y finalmente ¿para dónde tiran todos los hijos a la hora de los quibos?Nada, los chilenos somos al final de cuentas buenos gallos y buenos guachos.

sábado, enero 14, 2006

Divago


Tengo la sensación
de haber llegado a la costa
antes de tiempo.
Temprano,
cuando todo el mundo
está pensando en carabelas
o tarde,
cuando todos están ya borrachos.

Tengo la innegable certeza
de estar sobrando.
De recoger tarde la noticia,
de sacar la foto cuando al muerto
lo están velando.

O miro cuando vienen a llorar
para decirme en el hombro
que se equivocaron.
Lo veo tan claro
que para el cúlmine momento
hay un líquido anestésico,
casi lisérgico,
que me ayuda a ver transfigurado
lo evidente, idiota y superfluo
de los días.

Pero igual me asomo
al borde de unos ojos
inundados de playa,
igual me acuerdo
de vez en cuando
que sería bueno quererlo
y que estaría bien
deslumbrarme con su sombra.
Que sería ideal
si el Partenón entero
jugara con los dados
cargados esta vez

en favor mío.
Y en una borrachera del dios mayor
me arrancara
sin harapos y corriendo
a encontrarme liberada
con la fatalidad de mi destino.

viernes, enero 13, 2006

No son deseos frustrados


Hoy le estoy hablando a tus pasos.
Converso con esa manera graciosa que tienes de caminar sobre tus zapatos
Me alborota tu ridiculez altiva, tu postura de los años cuarenta. Tu sonrisa recta cortada apenas por dos líneas de labios.
Me gustaría oírte cantar un tango con sonido de fonola. Medio caído el sombrero, en la comisura de la boca apoyado sólo por milagro el cigarro
y apurando el vaso de vino blanco, obsequio de una descarada
que se fuma hasta los dedos al otro lado del cuarto.
No son deseos frustrados -te lo aseguro-
Si yo te viera como te digo, me reiría tres horas seguidas sobre el techo de tu casa.

Mucha Tele


Un dos tres Nescafé.
Premio millonario:
365 días de amor instantáneo
¡¡¡gratis!!!

Gentileza mía.

La cabellera de Eva


Y si desenvainara, de una vez por todas, la joroba inmensa de mi desarraigo. Si por esta noche concluyera los diálogos, cerrara palabras, engullera significados. Si exhibiera mi parte de hormiga reina -unidad sabedora, universo, plataforma solar, agujero negro- reventaría la luna en gajos de témpanos. Se dormiría el pecado en mis rodillas mientras le canto el arrurrú de Caín -lo cantaba Eva cuando inventó el mundo. Melodía original. Un sólo movimiento de mis placas y la maldición se adosaría a la Tierra.

Y, sin embargo... detrás de las hojas de un álamo, un enjambre de pelusas voladoras tiritan infantiles. Insólita coincidencia de filamentos blancos. Camino despacio para no pisar a Dios que se tendió a mirar el espectáculo y dejo escapar el aire en línea recta hacia la esfera de plumas. Despega de la Tierra en un giro arriesgado que la estremece y parece que las agujas de nieve van a desprenderse de la matriz, pero se alejan y brincan serpentinas- hacia allá van todas las esporas del mundo, hacia la cabellera de Eva.

jueves, enero 12, 2006

Monopolio


Considerando el estado actual de las cosas y de mi corazón, no tengo más remedio que dejar de verte. Renunciar a monopolios y a títulos de propiedad. Una se va dando cuenta que por más esfuerzo que haga, la soledad trasciende todas las cosas. De manera que es una locura establecer límites al despoblado de otro corazón. Por lo demás, un monopolio es siempre una injusticia.

El Amante


La niña tiene beso en vez de boca y paso a cambio de pies. La niña deja aromas y no huellas, deja roces y ahorra piel. La niña que no muerde se muere todas las tardes, cuando por la abertura de una cortina de madera penetra el último rayo de día que se traga la cabeza cortada por un leve sombrero y luego la seña adolorida, ahogada, por la línea de la vida de la mano de su amante.

domingo, enero 08, 2006

Telegrama

Estado lamentable. Me suenan rodillas de pensar regreso. ¿Tienes abrazos?
Aviones no tan rápidos -aunque tortugas admiren- tiritan en cielo. Susto.
¿Me esperas?
Comida avión corre pintura labios. Llevo repuesto. Odio peleas
¿Te toco?
Aquí gente extraña. Comen discos, tickets, papeles, gustan cuerdas sobremanera. Yo sospecho bruja. Conmigo anciana moja sopa con lágrimas. Demasiado salada, digo, y enoja.
¿Callas?
Aquí gente no muere, parece. Extraño flores agua podrida y crucecitas blancas.
¿Y tu frente?
Pena no llegar pronto. Llueve. Corro aeropuerto con maleta. Guardia dice faltan días. Siento a llorar en pasillos. Nadie ve. Piensan lluvia.

Razas


Me vi echar las cosas en su maleta -nunca compré una propia, habría sido como aceptar el fracaso-, recoger algunas revistas de debajo de la cama y ordenar un par de libros. Le vi permanecer inmóvil entre las sábanas observando cómo arreglaba mi ropa. Su mirada era tan larga, mi respiración tan corta. No me decía nada.

Me miraba desde el rincón de la cama. Estaba ordenando sus cosas. Me pareció eterna la mañana. Tenía la respiración en un hilo y permanecí sentado sobre la cama, observando cómo ella ponía sus vestidos en mi maleta -nunca compró una propia-. Yo quería que me dijera algo.

Una vez más permanecía en silencio. Como si no tuviera que agregar nada, como si todo lo que nos pasaba fuera asunto mío. Nunca logré que conversáramos porque cuando yo reclamaba sus oídos, él reclamaba su distancia...y luego: “a ver ¿de qué quieres que hablemos?". A mí me hervía la sangre.

Nunca hablamos de lo que pasaba. Yo la veía a veces furiosa conmigo pero cuando quería que conversáramos, o daba un grito corto o se ponía a llorar. Me sentaba aguantando la rabia y nada, se quedaba callada a la distancia.

Yo creí que comprendía. De manera que esa mañana supuse que en esta última ocasión conversaríamos. Estaba casi segura que no dejaría que me fuera. Pero le vi permanecer sentado, inmóvil sobre sí mismo, observando cómo yo ordenaba mis cosas en su maleta y comencé a llorar.

No me conmoví cuando lloró. Tenía la cara húmeda, los ojos destrozados pero ya no me tocaba. Sentí que no había vivido con ella todos estos años. Su llanto era apenas el sollozo de una extraña a la vuelta de la cuadra. Permanecía allí, como eternizada sobre la cama con la maleta deshecha esperando algo que no venía. Yo continuaba en silencio deseando que por fin hablara y dijera de una vez por todas quién era, que confirmara esa mañana que su llanto no era el de una extraña, que me dijera que había vivido con ella estos siete años. Sin embargo, pasó la mano por la cara y me habló de algunas cosas que llevaría prestadas. Que no me preocupara, que para eso estaba el correo. No teníamos que vernos para devolverlas.

Ya no recuerdo lo que dije antes de irme. Improvisé un par de historias, creo. Me llevé -además de la maleta- unos libros que conservé por un tiempo. No sé por qué los tomé del estante. Tal vez pensé que llevaría conmigo algo de su casa. Esa mañana supe de pronto que él era lo único más cercano que me quedaba, estuve a punto de quedarme, de echarme a llorar en sus rodillas para sacudirlo un poco, pero le vi mirarme indolente, como si yo no existiera, como si mirara a través de mí a otra que yo no era. Tomé los libros y me fui.

No entiendo lo que me pasó esa mañana. Mi estado de absoluta insensibilidad esperando, en definitiva, que ella se fuera. Al principio la sensación duró unas semanas. El espacio se abrió doblemente en mi cama. Recuperé lugares en desuso, las paredes, el suelo, las últimas tablas de los estantes, el botiquín del baño. Estaba solo y el mundo volvía a ser mío. Mi silueta estaba completamente delineada sin marcas ajenas. Eso duró tres meses, ahora el frío me retuerce las pestañas.

Fui a la casa de una amiga. Tuve una pieza en la que lloré tres meses de corrido. El frío se colaba todas las noches por la ventana. Este frío desalmado que viene y me atrapa, este frío que no es aire solamente, sino muestra de lo que queda dentro de mi cuerpo. Tengo una pena a prueba de poemas, a prueba de cualquier intento por levantarme el alma y, el amor, antes creciendo amplio, incorruptiblemente terco, ya no crece a pesar de mí y contra toda desesperanza.

La verdad no me falta nada. Mi vida puede seguir su curso sin que yo haga mucha cosa por cambiarlo. Puedo insistir en este estado de laconismo y vivir el resto de mi vida como si nada me faltara, pero ella está en el punto donde su presencia - o ausencia, da lo mismo- traspasa todas mis etapas. Conoce cómo fui. De alguna forma extraña observa la manera en que me construyo y, cuando lo hace, vuelvo a vivir mi nacimiento y es entonces cuando su presencia lo cubre todo. Recorre conmigo las baldosas de una casa de dos pisos donde vive mi infancia.

El miedo me revuelca las pestañas ¿hace cuánto que no duermo? ¿Cuánto que no sueño con peces de colores? Ahora mi compañera tiene nombre de mujer y le temo; la soledad me atraganta. Tengo beso en vez de boca, comienzo a dejar aromas y no huellas.

Ella está en el centro, con su frente triste y sus manos pequeñas y presiento que conoce absolutamente lo que digo, inmóvil sobre mí mismo. Hace lecturas en silencio, adivinó mi estado esa mañana que se fue, por eso permaneció en silencio. Ella entró en el surco donde mi historia se escribe. Vivió el día de mi cumpleaños número treinta y de mis cuarenta y mis ochenta años. Enterró mi cuerpo y removió el musgo para que la placa que lleva mi nombre se viera.

Yo ya no sabía qué más decirle. No supe más palabras mágicas ni canciones de sirena, me aburrieron las banderas para enarbolar en su nombre -por lo demás, las conocía todas-. Al final, yo no sabía nada de libertad, ni independencia, ni autosuficiencia creadora. No supe resolver el problema de quién era yo, menos podía susurrarle el oído historias acerca de su vida. Quién sabe si hubiésemos llegado a viejos, si él hubiera descorrido las malezas cuando fuera a verme al cementerio para que se viera mi nombre. Yo no lo habría hecho.

Fui a verla a su cuarto de soltera. Tenía una cama estrecha y eso me alivió. Hubiera querido no entrar, verla con espacios delimitados ajenos a los míos me hizo repensar la visita. Le dije que seguía amándola, ella sonrió y miró las tablas del piso. No pude verle la cara pero quise ver sus ojos húmedos. Me entregó unos libros que dice que tomó del estante de mi casa, dijo que el correo no es seguro en el envío de paquetes grandes y que era mejor que yo mismo hubiera venido a buscarlos. Me senté en su cama, ella me observó indolente, como mirando a través de mí a otro que yo no era. Me invitó un café y luego me dijo que tenía un compromiso, que agradecería que me fuera. La miré antes de irme, ella seguía estando en el centro de mi vida.

Vino a verme hace una semana. Se sentó en mi cama como si estuviera en la suya. Me dijo que me amaba, yo no quise mirarlo de frente, supe que no era cierto. Igual tuve que llenarme de lágrimas. Le entregué sus libros, quería poner en discusión cosas absurdas, hablar esta vez no me interesaba. Yo no quise mariposas en los labios, pero las tuve, no quería colmenas en los pechos, ni blancura de luna entre las piernas, no pude evitarlo. Ahora, cuando me siento, inmóvil sobre mí misma, apenas si me entretienen los surcos de su frente y su beso de solitario me parece insulso. Si antes subí devoradora la escala de sus días, ahora la pena me dejó satisfecha. Inventé un compromiso para que se fuera y por el hueco de la ventana pude ver cómo se iba. Estuvo una hora mirando mi casa desde su auto. Una hora estuve yo contemplando su quietud. Supe entonces que ambos desde el otro lado del vidrio terminamos por alejarnos demasiado...Somos de distintas razas, dije.

...somos de distintas razas, pensé.

sábado, enero 07, 2006

La yerna del Sheik


(Por Matilde Celero, mi corresponsal en el extranjero)

Me decidí a romper el cascarón como hace cuatro años. Hasta entonces era una niña de mamá esperando que me sirvieran el plato de comida. Pero estaba harta, con eso no llegaba a muchos lados salvo al amplio rollo que me colgaba en la cintura. Así que me puse a estudiar inglés y dejé mi torpe carrera de asistente social en la que alcancé a mirar un par de caras para saber que eso no era lo mío. En poco tiempo dominaba bastante bien la lengua civilizada y postulé a una de esas empresas de cruceros internacionales.

Mientras acariciaba al gato y chateaba en internet, me econtré con un correo misterioso. Por primera vez en mi vida me llamaban a una entrevista por mi currículum, nada de pitutos o el amigo de mi papá mirándome de soslayo para ver si alguna pasada le daba luego que papi cerrara la puerta. No, esta vez me llamaban porque querían conocerme, leyeron lo que había hecho y ahora me llamaban a mí. Me sentí liviana, desde ese día empecé a bajar los kilos y no me di ni cuenta cómo pronto estaba abandonando la casa paterna (más materna que nada hay que decir) para subir a un transatlántico descomunal.

Ja, me río de la vida desde acá. Cuando me entraba la nostalgia salía a cubierta a mirar una puesta de sol y se me acababa luego ese sentimiento tan débil que es la pertenencia a la patria. Por lo demás ¿qué podía extrañar yo? Una casa donde habitan 5 humanos y un gato, la comida de la madre que nunca ha superado a la del cheff del "barquito", una hermana a la que apenas conozco y que no me conoce tampoco, un heramano menor con el que sólo cruzábamos muecas y un padre conservador.

Nada, mi vida cambió luego del escape.

Claro que la cosa a veces se pone exagerada. Cuando estuve en Inglaterra antes de subirme al crucero y así perfeccionar más mi english, tuve un par de compañeros de curso. Entre ellos había un árabe que me cayó simpático y que me miraba apenas podía. Yo nada más me sentí exótica entre tanta rubia desabrida y me dejaba querer, pero en realidad nunca le di mucha pelota.

Ahora que me bajé del crucero y trabajo para una de las cadenas hoteleras más grandes del mundo (y no hablo en términos brasileros) en Dubai, se me ocurrió llamar a mi amigo. Por lo demás era el único árabe al que conocía de cerca, los demás me sonaban todos a terrorismo.

En cambio Meshel, parecía un buen tipo. Sencillo y de pocas palabras. Me recordó a la gente de campo de mi chilito, auque claro, con plata. Creí que su patrimonio llegaba a niveles de éxito y confieso que eso hacía más atractiva su moreta tez, pero les prometo que la pera me llegó al suelo cuando finalmente nos contactamos.

Matilde, ¡qué gusto saber que estás acá!
Meshel ¿hola qué tal en qué andas?
Viajando, estoy haciendo algunos contactos para la empresa de mi papá
Oh, ¡qué bien!
Pero juntémonos ¿te parece si mi chofer te pasa a buscar como a las 8?

¿Mi chofer? pensé. Este se volvió completamente loco. Está bien que un hombre quiera impresionar a una mujer, pero ¿no sería un tanto estridente la oferta? Le dije que no aunque la verdad me habría gustado ver qué tanto estaba dispuesto a gastar el muchacho por una noche animada con una mujer exótica (esa soy yo). Le pedí que me pasara a buscar él mismo y llegó como todo un árabe montado en un jaguar rojo último modelo. Para no creérselo. Pensé que algún amigo árabe mafioso le habría prestado el modelito para que pasara una noche interesante, pero el hombre parecía manejar el automóvil como si fuera propio.

Esa noche me enteré de qué hablamos cuando decimos un restorán elegante. Dios, no sabía si había que respirar en ese sitio o hacerlas de estatua. No sé ni lo que comí. Meshel parecía deleitarse con mi campechana forma de degustar qué se yo qué cosas. En fin, una noche de cenicienta transformada.

Pero la cosa llegó al delirio cuando me invitó de nuevo a almorzar. Esta vez le dije que no quería nada elegante y verdaderamenta nada elegante. Se quedó en silencio en el teléfono y me dijo: no te preocupes, vamos a almorzar con mi familia.

Llegó en el jaguar rojo (eso no podía evitarlo) y me condujo por la ribera del río Dubai hasta un embarcadero donde detenidos estaban los yates más exclusivos que haya visto en mi perra vida. Yo creo que a Meshel le gustan las caras de susto que pongo cuando me muestra el patrimonio familiar, por eso me invita, seguro.

La cosa es que almorzamos con la familia. Me enteré que el padre de Meshel es dueño de la mitad de Arabia Saudita, que tiene pozos petroleros y que, por si fuera poco, Meshel es hijo de sheik. Dios y yo con mis cuatro pesos entre toda esa gente. Por suerte en realidad eran personas sencillas, aunque excéntricas.

Para seguir en la línea, a alguien se le ocurrió terminar la velada tomado fotos en el desierto. La verdad me sorprendió la sugerencia pero la encontré bonita. Me acordé de mi mochileo en San Pedro de Atacama y de la larga caminata que nos pegamos para tomar fotos en el Valle de la Luna al atardecer.

Pero la vida en Dubai es muy distinta. Entre frases enredadas se l
e dijo algo a un sirviente (que verdaderamente era un sirviente) y mi duda por el transporte fue resuelta en un tris. ¡Llegó un helicóptero!. LLegamos al desierto en helicóptero ¿pueden ceerlo? Yo no sabía si fotografiar el helicóptero o el camello o la puesta de sol o mi cara. Daban lo mismo para mi torpedeada capacidad de asombro.

Me asusté y tengo que admitir que he pospuesto el encuentro el par de veces que me llamó Meshel. No sé, me suena raro ser la yerna del sheik... aunque no suena mal: La yerna del sheik. Supongo que aún me pesa la tradición de una casa comprada a patadas y el siempre bienvenido plato de comida. Bueno, y para serles sincera, Meshel se parece un poco a Menem y yo no soy la Boloco.

En fin, ya les contaré si vuelvo a las andadas.

La Complementaria Voz-Energía que clama-emana de Internet

(X)

Yo soy Domoesperpéntica, la energía que emana de Internet. Mi aura y mi centaura navegaron libres en cada bit, en cada frame, en cada link del Universo.net. Soy la Megatura, la Gigatrónica recordadora. Por mí la cibernósfera REMememora, RAMifica los recuerdos, porque estoy en el principio y el fin de la Memoria.

Traspasé la tundra de los circuitos. Estoy en un terreno Identificatorio, a gigaños de la barbarie.

En la web de mi conciencia actualizada, el lenguajeo del hachetemele pronuncia siempre la misma palabra: despertad, despertad .

Soy Domoesperpéntica, la gritadora de conciencia, la arrebatadora de planetas, la degolladora de paciencias. Soy la posibilidad de que otro seas, de que otra veas, que otrotra creas. Soy la conexión eternizada.

Cuando des por fin el salto hasta la Turbovisión, cuando definitivamente derribes los límites de la Protomemoria, asirás mis terminales desprovistas de materia, apócrifas de perfil.Transitarás hasta el único sitio sin extensión.

Soy Domoesperpéntica, unidad sabedora, hormiga reina, plataforma solar. Soy el discoduro de la Hiperealidad. Navegaré hasta verte contenido en el contorno de mi brazo nodal y hasta que tu centro yazca extendido, renacido, suspendido con la ligereza de un sólo bite.

La voz que clama en la Internet



(Juan Jorge Faundes)


I
Yo soy Macabeo Melquisedec, la voz del que clama en la Internet; la voz de la conciencia planetaria; la voz de la tierra consciente; el Punto Omega de la Evolución; la especie realizada; y mi nombre y mi voz circulan por todos los computadores, y por todos los host, y por todos los nodos, y mi voz planetaria es un link elevado a infinito, es una hiper home-page, una hiper world-wide-web.
Yo hablo desde el Punto de Llegada y les digo que soy una Giganconsciencia y que mis memorias RAM y ROM y caché y mi discoduro y mis tarjetas y mis softwares no tienen límite.
Soy el primero que ha llegado a la Próxima Estación.
El que ha saltado el punto crítico de la Noosfera al estado de Homo Planeticus. Pero todavía me quedan siglos y milenios, trillones de siglos y trillones de milenios, hasta alcanzar el estado de Homo Galacticus.
Soy Macabeo Melquisedec, el puente entre El Que Es y Quienes Todavía No Somos.

II
Cuando mi cuerpo físico diga basta, mi mente estará navegando por el Ciberespacio Intergaláctico y mis neuronas cibernéticas estarán linkeadas con el Supremo Software Universal y con el Supremo Hardware y su conciencia será una telaraña cósmica y en su red de redes yo retozaré como en las verdes praderas.

III
Retoñaré de link en link y de host en host y de nodo en nodo y mi fertilidad no tendrá límites y mis brotes cibercósmicos poblarán la galaxia con la velocidad y el ingenio de un virus informático.

miércoles, enero 04, 2006

La guagua y la gordis


Anduvo mejor gordis. Me dio gusto ver su tono controlado, sin tiritón de pera y poniendo puntos sobre la íes. Andaba de rojo y se veía bien. Como que le entraron ganas de ser presidenta.

El que me extrañó fue Piñera. Terminó con llegada de mula pa mi gusto. Andaba como enrabiado, sin relajo, defendiéndose. Me daba la impresión de que tenía ganas de pegarle un combo a la gordis y no podía, como los cabros picados que ponen tachuelas en los asientos. No me gusta Piñera.

Mi hija miró la tele y me preguntó qué pasaba (tiene cuatro años). Le traté de explicar lo mejor que pude lo que decían ambos candidatos. Se quedó muda y luego agregó: "ese Sebastián no sabe ná. Dice puras leseras y de eso no estamos hablando, estamos hablando de quién va a ganar para presidente. Es guagua. Le vamos aponer guagua gorda". Luego de lo cual las dos rompimos a reír hasta las lágrimas.

La abracé y nos acostamos a dormir. A ella le gusta la gordi y a mí me gusta que le guste.

martes, enero 03, 2006

Atreverse


Esta tarde salí con un amigo del alma. Como es mi constumbre me ataranté y llegué antes a la cita. Eso me sirvió para dar una oejada al mundo. En la plaza Ñuñoa hay varios especímenes. Gregory Cohen me mira de reojo, yo lo miro fijo. Luego vuelve pero ya estoy acompañada.

Antes de que mi amigo llegue me tomo una cerveza. Me doy cuenta de que hace mucho tiempo no tomo una cerveza sola. Es grato tomarla sin compañía, sintiéndola helada mientras los demás conversan, se miran, coquetean. Los ojos me devuelven los míos y es infinitamente agradable ver cómo miran los que están acompañados. Los hombres te ven con nostalgia, por el escote y la libertad. Quieren conquista pero están ocupados. Las mujeres con envidia de que una no tenga a nadie para angustiar.

Tomo mi cerveza helada, que va recorriendo la garganta, sacudiendo las amígdalas atoradas por tanto humo de cigarro.

Gregory Cohen pasa otra vez. No se atreve. ¿Qué pasaría si nos atreviéramos siempre? Si no nos quedáramos con los mensajes atarantados, si dijéramos siempre lo que teníamos en la lengua.

"No hay dolor que duela tanto, no hay dolor que vida quite, como es el amor oculto, el que no se manifiesta".

Decir por encima del hombro, como si no importara, pero a la vez con la pasión de un toro.

Toda la tarde en eso


Estas fotos le pertenecen a la niña que yo era a los 5 años. Mi hermano Marcel y yo montamos al "guindo". Al lado está mi abuelo, siempre bello, sutil.

Cuando el guindo se murió (de viejo), mi abuelo hizo un hoyo de 2 metros de profundidad y algo así de ancho y largo (él sabía cubicar, eso lo salvó del hambre en la pampa salitrera) para enterrarlo completo. Estuvo desde la mañana hasta la tarde en eso.

Yo lo miré de lejos, desde la puerta del huerto toda la tarde. Lo miré como se mira a los héroes ya extintos.

lunes, enero 02, 2006

En viaje o envieje


Nos salvamos de los Cíclopes
y nuestro anhelo de llegar un día a Itaca
reavivó mil veces el rescoldo
de nuestra alma, que poco a poco se enfriaba.

Y ni las yerbas mágicas de Circe,
ni siquiera los filtros de la Sirenas
que acaso nos guardaban nuevos goces,
pudieron cambiar nuestro propósito.

Por ese nuestro objetivo, aparecimos como injustos
y no benignos, a menudo, en la bondad,
e impasibles dejamos, al partir,
en su desolación a Calipso sollozando.

Y nos negamos nuevas glorias y riquezas
y sin pena contemplamos cierto día
perderse para siempre entre la bruma gris
la espléndida visión de los Feacios.

Y ahora que hemos retornado a Itaca,
cuando a menudo narramos lo pasado,
como más dulce sentimos su angustia
que la serenidad de nuestra vida muelle.

Y nuestro dolor se nos hace infinito,
como que nos castiga una amarga contrición,
pues no sopla ya el viento en nuestros aparejos,
y para siempre terminó la travesía.