Nos salvamos de los Cíclopes
y nuestro anhelo de llegar un día a Itaca
reavivó mil veces el rescoldo
de nuestra alma, que poco a poco se enfriaba.
Y ni las yerbas mágicas de Circe,
ni siquiera los filtros de la Sirenas
que acaso nos guardaban nuevos goces,
pudieron cambiar nuestro propósito.
Por ese nuestro objetivo, aparecimos como injustos
y no benignos, a menudo, en la bondad,
e impasibles dejamos, al partir,
en su desolación a Calipso sollozando.
Y nos negamos nuevas glorias y riquezas
y sin pena contemplamos cierto día
perderse para siempre entre la bruma gris
la espléndida visión de los Feacios.
Y ahora que hemos retornado a Itaca,
cuando a menudo narramos lo pasado,
como más dulce sentimos su angustia
que la serenidad de nuestra vida muelle.
Y nuestro dolor se nos hace infinito,
como que nos castiga una amarga contrición,
pues no sopla ya el viento en nuestros aparejos,
y para siempre terminó la travesía.
y nuestro anhelo de llegar un día a Itaca
reavivó mil veces el rescoldo
de nuestra alma, que poco a poco se enfriaba.
Y ni las yerbas mágicas de Circe,
ni siquiera los filtros de la Sirenas
que acaso nos guardaban nuevos goces,
pudieron cambiar nuestro propósito.
Por ese nuestro objetivo, aparecimos como injustos
y no benignos, a menudo, en la bondad,
e impasibles dejamos, al partir,
en su desolación a Calipso sollozando.
Y nos negamos nuevas glorias y riquezas
y sin pena contemplamos cierto día
perderse para siempre entre la bruma gris
la espléndida visión de los Feacios.
Y ahora que hemos retornado a Itaca,
cuando a menudo narramos lo pasado,
como más dulce sentimos su angustia
que la serenidad de nuestra vida muelle.
Y nuestro dolor se nos hace infinito,
como que nos castiga una amarga contrición,
pues no sopla ya el viento en nuestros aparejos,
y para siempre terminó la travesía.
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