Milagro
Cáchense este milagro.
Entre tanta pobredumbre, en este viaje extraviado a la patria de Itaca, una puede encontrar, a veces, la belleza de un milagro.
Es todo tan frágil. Todo va dando vueltas en un sutil y precario equilibrio. Esta semana un amigo enfermo, un inmortal. También el desarme, la pusilanimidad.
¿Dónde estarán los hombres? ¿Aquellos con la espada-espalda?
¿Dónde andarán los hombres? ¿Los de amanecida y nocturnada?
Extraño su olor viajero. Su arrebato de vida. El latido de mi corazón en sus manos.
querido hermano perro,
seamos así, unos kiltros vagabundeando, oliendo las cosas que nos gustan y parando la cola cuando nos disgustan. Sentémonos a ver cómo pasa el mundo, a mirar los colores de la tarde y la franqueza del sol por la mañana. Seamos así, hermano perro, que el amor nos salve, nos eleve y nos haga inmortales.
Porque...
Supongamos por un momento que todo lo exótico es posible. Que una melena colorina es una bandera o que el hueco de un árbol es más bien un ojo que te mira. Supongamos que de tanto en tanto la gente no se muere de angustia ni de letargo, sino que de puras certezas.
Esto equivaldría a decir que la verdad es más bien verdadera, lo que en sí mismo, además de ser una tautología, resulta tremendamente espontáneo.
Yo quiero suponer que ambos, alguna vez, fuimos parte de ese universo primitivo que mencionas y que, en algún momento, salimos volando, expulsados (del Edén diría lo sacrosanto) y que estamos apuntando las manos para el regreso.
El regreso a lo que somos y fuimos, el regreso a la energía central capaz de mantener un agujero de gusano.
Por eso...
No te vayas pa` la casa que allá no hay nadie. No te sientes sobre la cama que está vacía.
No sucumbas, cumpa, no sucumbas, nunca, sucumbas, cumpa.
Durante todos estos años me había resistido a visitar la Villa Grimaldi. No fue una resistencia tozuda sino más bien una salida angustiada ante la evidencia.
La Villa Grimaldi fue quizás uno de los centros de reclusión más cruentos que la dictadura de Pinochet estructuró durante los años `70.
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Allí murieron cientos de personas, otras fueron hechas desaparecer tras ser conducidas en un camión frigorífico hacia terrenos despoblados en Peldehue.
Otras resolvieron su destino al interior de la Villa. Un soldado que hacía favores a los reclusos (pasar papelitos a los parientes, dar noticias de las familias a los internos y otros delitos similares) fue hecho pedazos por sus compañeros. Lo reventaron con cadenas tras colgarlo de un árbol.
Una niña de tres años, que había sido apresada junto a su madre, paseaba por los patios junto a soldados y a los gritos de la tortura. La niña jugaba entonces cada cierto tiempo a los gritos. O sea, de pronto la pequeña caía en un trance de alaridos desgarradores. Los soldados no le hacían nada (al menos físicamente), ella sólo copiaba los gritos de las personas torturadas.
El último lugar del recorrido es la torre, un lugar que antes fue acondicionado para almacenar granos. En ese lugar estaban los condenados a muerte. Fueron colocados en cuevas para ratones durante días, meses. Una mujer con siete meses de embarazo pasó allí varias semanas. Apenas con comida, casi sin agua.
De ahí casi nadie salía, salvo nosotros claro seguros en un recorrido protegido del pavor de hace 30 años.
Sin embargo, el terror se vino conmigo. El terror de pisar a los muertos en terrenos atávicos, mientras vivo los días de un país desmemoriado.
Abro la cajita pálida sabiendo a medias qué viene. Todos los días pido un milagro. Saco de su interior el palillo enclenque, lo froto contra la lija y se hace la luz completa. Lo acerco lentamente a mi boca y comienzo a quemarme los dientes. Respiro hondo asesino, hondo amarillo, hondo verde litúrgico esperanza. Me enciendo rojo púrpura, naranjo ceniciento. Estallo dorado-sinfónico. Sonrío. Sostengo. Suelto la bocanada. Recuerdo. Lo que yo era recuerdo. Sonrío otra, y otra vez derrota. Lo apago y vuelvo a guardar lo que queda en la caja. Abro la puerta del baño, me topo con el dormitorio amplio, los veladores chippendale, la escalera de oscuro mármol. Abajo la mujer, los niños y la nana. Desayuno americano. "Buenos días" –maldigo– y salgo por la puerta. Comienza el día y yo termino.
Imagen por X
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